12 diciembre 2010


Me gusta hacer las cosas bajo presión. Bueno, no. No es que me guste exactamente, es más bien que usar de eso me proporciona una extraña sensación de alivio, esa maldita necesidad de llegar como con prisas al final de todo, apurando el tiempo, arriesgando oportunidades, apostando todo a perder y sobrepasando los limites de lo seguro. Creo que hace bastante que perdí las marcas de mis límites. Dejarse la vida a despojos en ello. O tocar compulsiva e intermitentemente lo rojo vivo aun sabiendo que te vas a quemar la punta de los dedos, rozando los extremos, y apegándose a todo diagnóstico patológico complementario, alcanzando casi comportamientos tanto disruptivos como destructivos.
Como si de brutales descargas eléctricas necesarias para poner en funcionamiento todo un sistema de conexiones neuronales (o vete tú a saber qué tipo de cosas abstractas tendremos dentro de la cabeza) se tratase. Como decidir bloquear el subconsciente y establecer estrechas relaciones, atar tu vida a alguien, ignorando las altas posibilidades que existen de que te de por salir pitando, huir; aprovechar que, durante unos instantes, sientes que vuelves a estar en contacto con la realidad. y explotar eso hasta la extinción.
Es necesidad no catalogada.

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