29 agosto 2011

Can't do anymore.
Te guardaré en algún lugar apartado del curso normal del devenir, como el recuerdo más perfecto, más increíble, de una fragilidad cristalina que nunca pudo llegar a ser. Te guardo, porque cada vez empiezas a ocupar más espacio-tiempo y ya es hora de romper esta ceguera virtual antes de que. Estoy en tablas, con ideas en ebullición con necesidad de dispararse; pero soy una voz acallada por la fuerza de la situación; se me ha planteado un jaque sin opción a corregir la última jugada.

Te recuerdo como se recuerdan las cosas importantes que nos hacen soltar esa reincidente lágrima tipo las que llevan consigo la privacidad de los kilómetros.
Ya no (te) espero pero desesperaré por el momento en que regreses y quieras -tal vez- que desempolve este rincón y.
Me apoyaré en una de las pocas cosas que he aprendido recientemente y es que, lo que tiene que volver, vuelve. Y si algo tiene que ser, será. No importan los años, las circunstancias, ni el tiempo. Y esto último, lo que menos. Las etapas abiertas están para cerrarlas.

Te echaré de menos. Aún más, quiero decir.

27 agosto 2011

vacío.

Void. Leere. Buit. Nulle. Nietig. Vid. Vazio. Null.

26 agosto 2011

Me acuerdo de ti, joder.

- "Lista de echar de más pero al revés".

21 agosto 2011

Las duchas frías (...) ya no me hacen pegar los pies al suelo.

I.

- Tenía siete años cuando abandoné mi walkman Sony por uno de los primeros discman que salieron al mercado. Fue mi regalo de cumpleaños de 1998. Era gris mate, y mi botón favorito era el del modo aleatorio.

Recuerdo infinidad de ocasiones en las que discutía con el sargento porque yo me empeñaba en dormir con los cascos puestos. Que te vas a quedar sorda un día de estos -me decía-. Eran de estos externos y grandotes que tanto están de moda hoy en día. Me cubrían casi toda la cara, debía estar bastante graciosa. É
l me quitaba las pilas tras insistir varias veces en que lo desconectara y yo, en cuanto me daba un beso de buenas noches y cerraba la puerta de la habitación, cogía alguna de las que tenía bien escondidas en el cajón de la mesilla de noche.

La música ha sido mi compañera desde que era una enana, me ha ayudado en los momentos más complicados de mi vida y me ha enseñado las mejores lecciones para conocerme un poco mejor. Cuánto más, fue la que supo entenderme sin excepción cuando la capitana cayó enferma y yo no tenía esperanza ni dios en quien creer para rogarle que no se la llevara consigo.

.¿has vuelto ya?


Octubre ha vuelto a visitarnos por un par de días. Benditas tormentas de verano.


20 agosto 2011

.


Justo delante de este punto es donde deberían estar escritas las palabras de todo lo que me gustaría decir(te) y a las cuales no consigo darles forma verbal.
Se las comería la distancia-

11 agosto 2011

Primavera con una esquina rota.


Y si la situación se pone tan dura que los dos ocupantes del lugar no se dirijan la palabra, entonces tal compañía, embarazosa y tensa, lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una soledad total. Por suerte, en este ya largo historial, tuve un solo capítulo de este estilo, y duró poco. Estábamos tan podridos de ese silencio a dos voces, que una tarde nos miramos y casi simultáneamente empezamos a hablar. Después fue facil.

Hace aproximadamente dos meses que no tengo noticias tuyas. No te pregunto qué pasa porque sé lo que pasa. Y lo que no. De modo que no tengo respuesta a ninguna pregunta tuya, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo preguntas. No las que vos ya sabés sin necesidad de que te las haga, y que, dicho sea de paso, no me gusta hacerte para no tentarte a que alguna vez me digas: "Ya no".

(Mario Benedetti).

10 agosto 2011

¿Sabes la de canciones que van a pasar hasta que vuelvas?.

Madremía.

08 agosto 2011



Desde mucho antes de que nuestra propia existencia se torne y se cumpla material ya es acto obligatorio el inculcarnos ciertas normas, una sucesiva serie de leyes morales y/o de comportamiento que, teóricamente y con el tiempo, habrían de culminar conformando nuestro dogma particular de la ciencia de la vida. Nos marcan unos límites de convivencia que debemos acatar sin excepciones, y establecen bien clara la frontera que justifica la diferencia entre lo moralmente correcto y lo moralmente correcto pero al revés. Nos hacen creer que siguiendo el buen camino es la única forma de ir sobreviviendo hasta llegar al final. Se equivocan.

Creo que, desde que tengo uso de razón, he ignorado por completo esta manera de. Soy de la opinión de que, para encontrarse, primero hay que perderse. Y cómo saber perderse, principalmente. Para poder entender lo verdaderamente importante hay que testar primero el caos, aprender a querer rechazarlo ("La única forma de comprender el caos es perderse en él, volverse caótico también", -como dijo un grande-...); fijarnos con detalle en cosas presuntamente etéreas en las que la gente normal apenas posaría siquiera la vista. Así, y sólo así, podríamos aprender quizás a percatarnos de lo que nos rodea y, lo más importante aún: conocernos a nosotros mismos. Un nivel superior en la escala del conocimiento.

Sí, tenemos el valor de la palabra, un aporte minucioso y elaborado de sabiduría venidera de mano de aquellos que se encuentran por encima de nosotros (de forma mandataria, quiero decir), y su eterna dedicación invertida en nuestra correcta asimilación de los conceptos. Pero, ¿y la experiencia?. Dónde queda su valor. Que sí, sabemos a rajatabla qué se considera error y qué posible acierto; podría enumerar y no detenerme jamás desacertadas actitudes ante cientos de situaciones. Pero, en realidad, lo que creo es que hay que llegar aún más lejos de todo eso. Aplicar ensayo-error en la suma infinita de las partes que conforman la vida diaria.

Para entender el valor de ser, del propio concepto particular de lo moralmente correcto, hay que dejarse atrapar hasta por los más profundos y siniestros ápices temperamentales. Brutales, devastadores e inhumanos sentimientos que usurpen agitando violentamente cada gota de sangre que circula por el interior de nuestras venas. Hay que sufrir el dolor arraigado en la carne propia, un daño abrasador que se deslice y pegue sin escrúpulos en el pensamiento, de la misma forma que el músculo al hueso o la sanguijuela a la piel. Morir primero para aprender el valor de la existencia, del estar aquí presente. Cruzar, sin pestañear apenas, amplios abismos de incertidumbre e imparables actitudes destructivas y disruptivas que han de apoderarse de cada tramo de . Notar cómo palpita bien dentro cada partícula de materia inmunda tratando de aliviar una sed imparable de odio extrínseco. Y alimentarlo de mentiras hasta convertirlo en un brutal monstruo protagonista de toda realidad materializada. Sentir el desprecio untado sobre uno mismo, dejar que la fobia social desgarre tus entrañas con sus afiladas garras hirientes, aportando daño como si arma de doble filo se tratase; y todo ello para poder acabar finalmente rechazando toda negatividad desde dentro, asumiendo el querer desquitarse de todo lo ajeno al curso normal de las circunstancias, del como debía haber sido desde un principio. Despojo de un tumor sensorial o masturbación emocional, encuadre de nuevos límites. Desmantelamiento final de una nube clandestina que se posa ante una realidad sufrida de ceguera virtual.

Lo único que a uno le queda plantearse después de todo esto es si merecía la pena dar tanto rodeo para hacer tales descubrimientos, si no hubiese sido más fácil asumir aquello con lo que tratan de convencernos desde el comienzo de los comienzos. Pero así, tras experimentar y sufrir el castigo del asco deslizándose por dentro, la certeza alcanza una duplicidad severa. Habremos conseguido la palabra sumada al voluptuoso e inintercambiable valor de la experiencia; algo insuplible.

Bajar a los arsenales del menosprecio para asistir protagonista a una batalla interna que ya nunca podrán rebatirnos, ni bajo prolija unanimidad. Alguien que aprende a caer y a levantarse ileso contando con su propia vivencia, no se desgastará jamás ante la temible idea de volver a despeñarse.


En ocasiones, no tengo más remedio que tender a preguntarme qué fue lo que falló conmigo.

Tu más profunda piel.




Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste " Me da pena, y yo no comprendí porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.

Dijiste "Me da pena, sabes", y volcada de espaldas me miraste con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que doblarte los brazos, murmurar un último deseo con el correr de las manos por las más dulces colinas, sintiendo como poco a poco cedías y te echabas de lado hasta rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último, nos alzara en una misma estremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento llegué a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se llegaba al goce de mis labios mientras desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu pena una última defensa abandonada.

(Julio Cortázar).

07 agosto 2011

La persistencia de la memoria.

01 agosto 2011



No lo soporto más: hacer como si todo estuviera en orden. Refugiarse en Siddharta y en todos esos calmantes temporales que no hacen nada más que enredar y enredarme. Tengo que desaparecer; que alguien haga chas, porfavorselopido. Ya está bien de autoengañarme, te echo de menos y eso es una realidad tan aplastante como un golpe seco con la palma de la mano extendida sobre la mesa. Esa sensación como la de un niño ahogado por el ansia de la ceguera inaugurada producida por el exceso de cosas novedosas y detalles por testar. Todo esto está de estreno y en plena ebullición, prematura pérdida inminente de lo virgen de las emociones; que alguien me preste el mando, que quiero cambiar de canal.

Déjame encontrarte.