30 noviembre 2011

Cartas a la maga I

"Volverás cuando los aeropuertos dejen de ser el punto de encuentro de lo fugaz y en unos años se comercialice con emociones envasadas al vacío fabricadas en gigantescas naves industriales". Volverás el día que cobren sentido real algunas de las palabras encadenadas que has vomitado desde antes de que nos conociéramos en persona hasta el día en que te perdí la pista. No me dejes con la ilusión de lo inocente truncada. Venga ya, me he aburrido, no quiero seguir jugando a este maldito juego de "tú te vas, ven no dejes de buscarme nunca -me lo creí, ¿sabes?-, hazte mi heroína todas las noches, ven a salvarme y pídeme el deseo que quieras, puedo ser tu maga si quieres, pero no dejes de abrazarme nunca ni de buscarme en aquél café". Solo que dejes de esconderte un rato y vengas a romperme en un abrazo y me digas "sigamos jugando" si quieres, pero déjame calarte los ojos al menos una vez más, todavía necesito comprender la espiral que mueve tus ideas. La Navidad sabe diferente sin ti. Sé tú esta vez el regalo, como el de hace tres. Tres ya, madre mía. El invierno, en general, echa de menos tus cristales empañados dentro de las monturas de pasta negra cada vez que me soltabas un abrazo a bocajarro y respirabas en mi hombro. A veces tengo la certeza de tenerte. Tus manos nerviosas, finas y delgadas y frías ya no vienen a buscar las mías en los bolsillos de atrás del pantalón. Uno, dos y tres. ¿Dónde está el tercero? -me decías-, y sonreías como una cría caprichosa y divertida escondiendo la boca entre tu larga bufanda amarilla mientras te mordías suavemente el labio inferior. Esa jodida sonrisa, la odio, ¿sabes?. Hace meses que no puedo ver apilados más de tres libros a la vez. Eres pura literatura y páginas viejas de libros. Eres una pila de libros mal amontonados y esparcidos en la cama. Y creo verte en los escaparates de las tiendas, lo juro. Maniquí (seguro que tú también crees que es una palabra estupenda, maniquí). Vaya tontería, pensarás. Pero, ciertamente, es así. Te veo ahí de pie, disfrazada, estática, apuntándome con la mirada vacía. Diciendo nada y transmitiendo demasiado. Puro marketing, eso eres. Te vendes al mejor postor. Ojalá aprendas a ser feliz, me cago en la puta. Mira que te lo he dicho veces, eh, mira que lo he intentado, pero tú nada. Eres una jodida cabezona, y nunca te aburrirás de jugar a este juego estúpido y absurdo que ya nos ha robado demasiado tiempo. No quiero hacerme vieja sin ti, joder, mira que lo habíamos hablado veces. Que con alguien tendremos que jugar al pócker. Piénsalo, de veras.

Me despido de ti porque se te ha ido de las manos y lo que antes era un juego, si acaso, ahora roza una gravedad insostenible. Que sepas que estoy muy pero que muy enfadada, más incluso que aquella vez que te bajaste del autobús de aquella estación con las manos en los bolsillos del abrigo y no.
Pues eso, más que aquella vez.


Joan Miquel Oliver – Final Feliç